domingo, 4 de marzo de 2018

Adelantar al tiempo

Tras la excepción dela semana pasada, vuelvo a escribiros en domingo, frente a mi ventana salpicada aquí y allá de gotas de lluvia. Leyre está desayunando y la casa se ve imbuida en un silencio que llega desde la calle solitaria  de gente que se refugia en las casas , huyendo de lo que para la mayoría es "mal tiempo".

El invierno está llegando a su fin y en pocos días el gran chopo que vislumbro en la plaza cubrirá sus amplias ramas de los brotes que rápido se convertirán en hojas verdes y brillantes recien nacidas.

Es el ciclo de la vida, claro. La manera que el tiempo tiene  de hacerse visible, ajeno a nuestra queja de su paso inexorable.

Los días pasan volando, decimos. Pero es que, en realidad, la vida es muy corta. Y, además, nosotros intentamos consumirla aventando la prisa, el ansia, y la intranquilidad, intentando adelantar  ese tiempo del  que nos quejamos por su brevedad.

Cierto es que en los primeros cincuenta años muchos de nosotros cumplimos con parte nuestro mandato vital de crecer y reproducirnos,  para afrontar la llegada del final lo más tarde posible, en los veinte o treinta restantes, pero la vida ( o la muerte) no sabe de cuentas con los dedos. Las estadísticas hablan de la esperanza de vida, pero no de la única certeza, ante la que muchos tocan madera. Sin embargo nos complicamos los días, nos angustiamos las horas, y tememos perder constantemente, cuando nuestra mortalidad es lo único que es seguro. Somos la sociedad del drama, de la tragedia, de la hipérbole. Somos la sociedad del miedo.

La mayor paradoja es que a pesar de toda la tecnología, de todos los avances no somos más felices que nuestros congéneres de hace dos siglos, sino, por el contrario, bastante menos. Tal vez por que ellos consideraban que la vida era el ahora, que en invierno ha de hacer frío y el verano calor. Es decir que ellos vivían, y nosotros solo buscamos como eludir a la muerte.

Y ella siempre nos encuentra... A todos.

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