domingo, 4 de febrero de 2018

Invierno

Lo bueno de hacerse mayor, entre otras cosas, es la aceptación de lo irremediable. Con el tiempo aprendes a que no se pueden pedir peras al olmo (bueno, a no ser que sea uno de esos transgénicos), y que lo que ha de ser será.
Pero no quiero confundiros, mis queridos lectores. Nada tiene que ver esta postura vital con la resignación, sino, más bien, con ese concepto tan en boga de la resilencia. Porque antes de que la psicología acuñara este vocablo (tomado literalmente de la ingeniería de resistencia de materiales), nuestros abuelos nos decían que al mal tiempo buena cara.

Encuentro en estos días invernales como en el de hoy, paradójicamente, calidez. Ahora que estoy escribiendo esta entrada para vosotros las gotas de lluvia se están convirtiendo en pequeños copos de nieve, que curiosamente me confortan.

Siempre he dicho que soy una mujer de invierno y de otoño, a pesar de haber nacido en verano. Y no es que no me gusten los días luminosos, las noches cálidas, pero es cuando el sol no aprieta tanto, cuando buscamos ese calor en el hogar, cuando me siento más yo.
Es cierto que mi vida es amable, que tengo una familia y un techo con el que cubrirme, que no es lo mismo que cuando la intemperie son tus cuatro paredes. Por eso me siento feliz y agradezco a la vida que, a la vez que me va sumando años, me va dejando apreciar y aceptar aquello lo que ha de ser así: es invierno y hace frío.

Y llueve, está lloviendo . Cae ese agua tan necesaria para la vida, ese agua de la que provenimos y que nos conforma; ese agua que apaga nuestra sed y hace brotar vida; ese agua por la que hace un instante clamábamos temerosos de que no volviera...

Todavía habrá quien diga que hoy hace mal tiempo.


Sed felices.



No hay comentarios:

Publicar un comentario