domingo, 11 de febrero de 2018

Desastre (Relato)

Todo vaticinaba que se avecinaba el desastre.
No hizo falta que se iluminará  el firmamento, ni que la tierra se abriera: bastó con permitir el goteo constante de una desilusión tras otra .
Ahora ya era inevitable. La gran bola se había echado a rodar y solamente la podía parar el estrellarse contra la realidad.
Porque, ¿qué podía hacer cuando la vida se había convertido en una prisión? Todo intento de liberarse se daba de bruces un día trás otro contra el arrepentimiento pasajero y la promesa de que todo habría de cambiar, para no cambiar nunca.
Se sentía una mosca entre dos contraventanas que peleaba por buscar una salida inexistente, una salida que hacía ya tiempo había sido tapiada con los ladrillos de la incomprensión.
Ni siquiera las lágrimas derramadas conseguían que el seco y endurecido suelo de su relación se hablandara un poquito para poder plantar en él alguna esperanza que revocara el destino insalvable.
Todo era tan triste, tan vacío. Las palabras de amor ya sólo eran ecos que resonaban en su memoría cada vez más lejos.
La habían derrotado. Sabía que nada ya quedaba en pie de aquello que un día construyó pensando que sería, con el tiempo, su refugio: nada ni nadie.
Miró al cielo, que se iba cubriendo de nubes tan grises como sus pensamientos. Solo un atisbo de sol se rompía contra el muro de la casa vecina, intentando caldear un ambiente que se iba enfriando como prólogo de la noche.
Sus ojos se humedecieron. Un largo y profundo suspiro surgió de su pecho.
Todo era soledad.


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