domingo, 8 de mayo de 2016

Vivir y dejar vivir

Era sensible a todas las injusticias. Era aquello que se ha llamado de toda la vida "abogada de pleitos pobres".

De niña defendía a sus hermanos ante las, seguramente, regañinas merecidas de sus padres a sus hermanos pequeños, porque su inocente corazón se ablandaba ante el pensamiento de que nadie actuaba con malicia.
La vida y el tiempo le hicieron ver que estaba equivocada y que, para su indignación, existían las malas personas.


Personas que, a sabienda, procuraban mentir, ocultar, tergiversar y medrar a costa de los necesitados, de aquellos capaces de firmar en blanco con tal de encontrar una solución a sus pesares.Personas incapaces de sentir hacia el otro ninguna sensación más allá que la que puede sentir un leopardo cuando ve una gacela: una presa en la cadena trófica de la ambición.

Luchó con uñas y dientes contra lo más fácil: dejar que el rencor anidara en su corazón, que la venganza pudiera usurpar el lugar de su voluntad y  dirigirigiera su vida hacia el lado más oscuro, ya que sabía que eso la encadenaría para siempre.La naturaleza había sido generosa con ella, si su manera de abordar el día a día era pensando que todos sumamos, que todos somos semejantes y no contrincantes le producía bienestar, no tenía porque juzgar a los demás. Huyó la de impostación, de ocultar su verdadero ser por miedo al qué dirán.

Un día más, tras los cristales lacrimosos por la lluvia, llenó sus ojos del verde de los árboles, sus oídos de la risas infantiles, su mente con  palabras conciliadoras. Y renovó su promesa.

Nunca sería una mala persona, nunca renegaría de su suerte, nunca buscaría el mal ajeno, nunca abandonaría el camino que tanto le había costado encontrar. Solo así conseguiría finalmente la libertad.

Vivir y dejar vivir, esa era la clave.

Sed felices.


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