domingo, 3 de mayo de 2015

Amor incuestionable

Hoy es domingo, aunque un domingo peculiar. Es el día que se dedica a las madres, por aquello que está bien señalar de vez en cuando la tarea que hacen, bueno que hacemos, aquellas que hemos sido bendecidas por la maternidad.

No puedo decir que me disguste, aunque no soy mujer de conmemoraciones. Soy, como bien sabéis, más del día a día. No obstante, como manda la tradición, mis hijos comerán en casa, y mientras escribo esta entrada el aroma del asado ya sube por la escalera.

Muchas veces me he preguntado si he sido, si soy una buena madre. Tal vez la vida que he llevado, siempre liada con el trabajo, con unos horarios imposibles, me ha hecho temer a veces que no llegara a estar a la altura de las circunstancias. Pero el tiempo, ese gran aliado que todo lo cura y que escribe los mejores finales para nuestras historias, me ha mostrado que no lo he debido hacer tan mal, cuando veo a  los dos hombres buenos y cabales que son mis hijos.

Sé que igual que nos soy una mujer fácil tampoco he sido una madre fácil. Como he dicho mis distintos quehaceres  en el trabajo, la política y luego en la literatura han ido dibujando un retrato de alguien peculiar.

Recuerdo una vez que mi hijo David me llegó a decir que no "era una mamá como otras que sentaban en un banco para comer pipas". No, no lo era. Pero en cambio les escribía cuentos,  jugábamos a la búsqueda del tesoro y veíamos películas de dibujos juntos.

Mis hijos han estado conmigo en momentos muy duros y también muy felices, y su mano en mi mano, su abrazo, su risa, han sido motores en mi vida. Sin ellos, seguro no habría sido lo que soy.

A pesar de mis años, cada día dudo de más cosas, de su realidad, de la verdad. Cuestiono casi todo, excepto  el amor hacia mis hijos. Un amor sin fisura, prieto y dulce como el fruto más sabroso.

E infinito.

Sed felices.

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