domingo, 14 de diciembre de 2014

Odio, miedo y dientes

Reconozco que me ha costado decidirme a escribir este artículo. Llevo días dándole vueltas porque sé que puedo, de alguna manera, "herir la sensibilidad" de amigos a los que aprecio y respeto e, incluso, de carne de mi carne. Pero no soy mujer de callar mi opinión cuando la tengo, sobre todo porque me pueden ciertas afirmaciones, sobre todo viniendo de quien viene.

Los que están cerca de mi o siguen mi trayectoria saben que la política es una de mis pasiones. Sí, sí, así de fuerte, como suena. Creo que es una de las actividades más nobles del ser humano para poder cambiar y hacer mejor la vida de las personas. Otra cosa es que una panda de sinvergüenzas la pervientan y hayan convertido en un negocio para su lucro propio. Y a esos, ni agua.

Pero tampoco tengo ni la más remota consideración en aquellos otros que bajo consignas de victimismo intentan manejar por el camino de las emociones y no de las convicciones, justificando por la vía del martirio unas persecuciones que no dejan de ser parte del juego político.

Querido lectores, seguro que a estas alturas ya sabéis a quien  me estoy refiriendo. Sí, a ese líder carismático que ha surgido de entre las aguas de la crisis como Moisés del Nilo para señalarnos que solo él (casi me dan ganas de ponerlo con mayúsculas) y su partido pueden hacernos cruzar el mar Rojo y llegar a la tierra prometida.

Su primer maná fue señalar a la "casta". Marcar a aquellos que se habían enquistado en el sistema y vivían como parásitos de él. Totalmente de acuerdo, aunque sorprendente siendo alguien que proviene de la universidad, en donde todo sabemos funciona una endogamia paradigmática. Pero  les funcionó a las mil maravillas.

Después llegó el momento de subir a su monte Sinaí, en donde recoger la tabla de los mandamientos, que en este caso era el de un programa, que tenía que ser diferente a aquel que le había servido para sus primeros objetivos. Y el líder se vió, de pronto, que tenía que justificar con datos lo que hasta ahora eran casi actos de fé. Y no le gustó, porque no se sentía cómodo teniendo que bajar a la realidad. Además, alguno de sus acólitos había caído en la tentación del becerro de oro y era señalado con el dedo acusador que parecía ser, hasta ese momento, solo privilegio suyo.

Entonces, con una reacción propia del mejor de los cristianos señala que, ante tanto odio y miedo, hay que responder con una sonrisa. Una expresión digna de otro Pablo, el de Tarso.

Odio y miedo. Eso es lo que sentimos por ellos  los que no estamos de acuerdo. Dos sentimientos absolutamente destructivos. Porque para el líder no existe la discrepancia: o eres de los suyos o eres de la casta.

"Dientes, dientes, que es lo que les jode", dijo una vez una conocida folcklórica, ahora en la cárcel. Será que algunos convierten la sonrisa en la justificación cuando  no tienen ningún otro argumento...

Sed felices.

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