jueves, 13 de noviembre de 2014

La mala memoria, ajena que no propia.

No, no temáis mis queridos lectores, no voy a hablar de Alzheimer ni tan siquiera de esos pequeños olvidos cotidianos que nos hacen volvernos locos buscando las gafas o la tablet.

Hoy quiero hablar de esa memoria que se nos hurta por parte de algunos que vemos sacando pecho, certificados de pureza de sangre de ser los más honestos, los más de izquierdas, los más demócratas, lo más de lo más, atribuyendo a quienes los conocemos desde hace tiempo: que una cosa es predicar y otra dar trigo.

Estoy más que cansada de ver a quienes critican , justifican y apuestan porque vienen a cambiar las cosas, estár insertos en el sistema desde hace ni se sabe, chupando del bote y, en muchas ocasiones, no haciendo ni el huevo.

Tal vez sea yo la equivocada, pero es que da mucha, pero que mucha pereza cruzar la calle por quienes no ven más allá de sus narices y además piensan que a los demás nos han tratado con un borrador de memoria, como ese que llevaban los hombres de negro, y que no recordamos cuando antes decían digo donde ahora dicen diego.

Todo el mundo clama ahora cuando se ha acabado el pastel, pero mientras era barra libre muchos no han tenido ni el más mínimo pudor en subirse al carro y a vivir que son dos días.

Y como es muy feo señalar, no voy a apuntar a nadie con el dedo, pero sé que algunos, si es que se molestan en leer mis palabras, se darán por aludidos.

¿Qué exigimos a los demás, cuando nosotros somos los primeros que no damos ejemplo?

En fin, que en este sin sentido en el que estamos viviendo, con algaracas a quienes no las merecen y con lecciones de quienes no tienen categoría moral para darlas, a una no la queda más remedio que, por lo menos, no callarse y, por supuesto, no olvidar.


Sed felices.

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