jueves, 20 de noviembre de 2014

El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos.

Esa frase, como tantas paradigmáticas de la película Casablanca, podría resumir la sensación que la envolvía, que la impregnaba y llenaba de emociones su vida.

Porque amar, apasionarse por algo o por alguien podía llegar a ser el mejor remedio para soportar el tedio cotidiano, lo gris vestido de falsos colores, las palabras vacías o, todavía peor, llenas de vaguedades sin ningún sentido.

Enamorarse de la risa, de la luz, de la caricia, de la palabra. Enamorarse de una mirada que traspasa la carne y la sangre y llega tan dentro que se tatúa para siempre. Enamorarse siempre...

El mundo mostraba su peor cara. Escombros, como después de un seismo, se repartian por doquier, mudos testigos de aquello que durante tanto tiempo había sido su razón de ser. Pero  quería creer que quedaban pequeños resquicios por donde volvería a brotar la hierba, a florecer la ilusión.

Mientras, ella sabía que no había salvación más allá de la percepción propia de estar persistentemente enamorada de algo, de alguien, de la vida, aunque el mundo se derrumbara a su alrededor.

Sed felices.

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