domingo, 22 de junio de 2014

Sirena

Descendió con precaución los escalones excavados en la roca viva. El mar lamía suavemente el acantilado, ya reposado. Era el mismo mar que unas horas antes rugía cabalgando sobre el temporal mas fiero que jamás se hubo visto .

Ya en el último peldaño, sintiendo el agua bañando sus pies, se desnudó. Su cabello oscuro flotaba mecido por la  brisa del mar y el sol acariciaba su piel dorada. Sin pensarlo se lanzó de cabeza al agua que en un frío abrazo la recogió.

Con hábiles brazadas comenzó a nadar hacia el horizonte. Siempre le había gustado nadar. Desde pequeña soñó con ser una sirena y surcar los mares rodeada de peces y de corales. Amaba el mar  más que nada en el mundo, o por lo menos así fue hasta que le conoció. Entonces su corazón se llenó de sus ojos, su cuerpo de sus manos y su boca de sus besos  Y olvidó su sueño para entregarse al amor

Siguió nadando hasta que las fuerzas le flaquearon. Se tumbó boca arriba y cerró los ojos evocando su rostro, el mismo que la tormenta le había arrebatado y entregado como víctima propiciatoria al mar. Las olas la  mecían como una madre acuna a un hijo...

Lentamente, se dejo arrastrar hacia el fondo. En el último momento, antes de que sus pulmones se llenaran de agua, pronunció su nombre. Y entonces y para siempre se convirtió en sirena.


Sed felices.

2 comentarios:

  1. ¿Leíste mi microrrelato de la marsopa? Porque se puede decir que el tema es el mismo, la persona que para encontrarse a sí misma se aleja de lo cotidiano y se adentra en otros mundos.
    Ahora que ha hecho un año de la muerte de José Luis Sampedro, este relato también recuerda a una de sus mejores novelas, La vieja sirena, aunque con diferencias.
    Me ha gustado la ambigüedad, tanto la del final -¿qué nombre es el que pronunció?- como la anterior: ¿a quién había conocido? ¿Qué fue de esa relación?

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  2. Gracias Javier, por tus comentarios. También existe en este micro reminiscencias de la sirenita de Andersen, pero en un viaje opuesto. Un abrazo.

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