lunes, 5 de mayo de 2014

Café con el Diablo


Ayer tomé café con el Diablo. Una cita previa a cerrar la venta de mi alma. No me sorprendió que lo tomara solo y sin leche y azúcar. Imagino que cuanto más negro mejor.

Lo que sí me llamó la atención fue su aspecto. Nada de macho cabrío, ni murciélago gigante. Una apariencia bastante normalita. Bien vestido y atildado como un notario o un juez.

Me leyó el contrato que, según me dijo Satanás, era estándar para alguien como yo.

- ¿Alguien como yo? ¿A qué se refiere?

- Pues, sinceramente, que te acepto el alma por la fuerza de la costumbre y por mantener la marca de la casa. Pero es de chichinabo al lado de todas las que nos entran habitualmente: políticos, juristas, periodista, actores... Y por razones de alta alcurnia y de fuste: vencer en  las elecciones, ser elegido para el Tribunal supremo, ganar un Óscar, ser tertuliano de moda... Aunque, espera... ¿De dónde me dijiste que eras?

- Español, Su maldad...- contesté con timidez.

Entonces, incomprensiblemente, el Diablo se puso en pie, se bebió de un trago el café y moviendo la cabeza me dijo:

- Lo siento mucho, pero no puedo aceptar tu alma a sabiendas de que es imposible el trueque.

Y envuelto en un humo de azufre desapareció. Suspiré resignado. Se me acababa de cerrar la última puerta para encontrar un empleo.

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