lunes, 28 de abril de 2014

Rozaduras y piedras de molino.

Llevo varios días, más de los que yo hubiera querido, sin escribir en esta bitácora. Pero el devenir de los acontecimientos, sobre todo durante la última semana dedicada a los libros, y en la que he llevado a cabo varias actividades, me ha impedido tener el tiempo suficiente para acercarme y poner unas líneas.
Con este propósito me he sentado al ordenador esta mañana y casi tenía el tema señalado cuando un incidente ha hecho que me desconcentrara y por tanto me viera la necesidad de cambiar el argumento de mi post.
Un intercambio de opiniones con una persona cercana me ha hecho ver que, tristemente, se abren brechas de incomprensión entre aquellos con los que, anteriormente, hubo una sintonía y que son, con el paso del tiempo, más difíciles de cerrar cada día.
Siempre digo, porque además creo que es sano ese autonálisis, que no soy una persona fácil. No porque no sea capaz de empatizar con la gente, que lo soy y mucho (modestia aparte) sino porque soy absolutantemente intransigente con la injusticia y, sobre todo, con quien me hace comulgar con ruedas de molino. Puedo volverme incluso bastante desagradable y con cierto afán de venganza (que nunca llevo a cabo porque me da bastante pereza y además me parece infantil).
A pesar de lo que parezco por mi caracter fuerte y un tanto dominante, soy comprensiva con los errores  ajenos y suelo dar más de una oportunidad para corregirlos (perdono con facilidad), hasta que definitivamente se rompe la cuerda y, entonces, ya no hay vuelta atrás.
Mi padre, al que he mencionado varias veces y que era un hombre muy sabio, siempre me decía que buscara el lado bueno de las personas y que no juzgara, pero que tenía todo el derecho a apartarlas de mi vida si no me compensaba.
Con  algunas ya lo he hecho y con otras deberé, quizá, de planteármelo en serio. Me están resultando como esos zapatos que te gustan mucho pero que te rozan por todos los lados.Y me temo que  se me están acabando las tiritas.

Sed felices.

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