lunes, 28 de abril de 2014

Rozaduras y piedras de molino.

Llevo varios días, más de los que yo hubiera querido, sin escribir en esta bitácora. Pero el devenir de los acontecimientos, sobre todo durante la última semana dedicada a los libros, y en la que he llevado a cabo varias actividades, me ha impedido tener el tiempo suficiente para acercarme y poner unas líneas.
Con este propósito me he sentado al ordenador esta mañana y casi tenía el tema señalado cuando un incidente ha hecho que me desconcentrara y por tanto me viera la necesidad de cambiar el argumento de mi post.
Un intercambio de opiniones con una persona cercana me ha hecho ver que, tristemente, se abren brechas de incomprensión entre aquellos con los que, anteriormente, hubo una sintonía y que son, con el paso del tiempo, más difíciles de cerrar cada día.
Siempre digo, porque además creo que es sano ese autonálisis, que no soy una persona fácil. No porque no sea capaz de empatizar con la gente, que lo soy y mucho (modestia aparte) sino porque soy absolutantemente intransigente con la injusticia y, sobre todo, con quien me hace comulgar con ruedas de molino. Puedo volverme incluso bastante desagradable y con cierto afán de venganza (que nunca llevo a cabo porque me da bastante pereza y además me parece infantil).
A pesar de lo que parezco por mi caracter fuerte y un tanto dominante, soy comprensiva con los errores  ajenos y suelo dar más de una oportunidad para corregirlos (perdono con facilidad), hasta que definitivamente se rompe la cuerda y, entonces, ya no hay vuelta atrás.
Mi padre, al que he mencionado varias veces y que era un hombre muy sabio, siempre me decía que buscara el lado bueno de las personas y que no juzgara, pero que tenía todo el derecho a apartarlas de mi vida si no me compensaba.
Con  algunas ya lo he hecho y con otras deberé, quizá, de planteármelo en serio. Me están resultando como esos zapatos que te gustan mucho pero que te rozan por todos los lados.Y me temo que  se me están acabando las tiritas.

Sed felices.

viernes, 18 de abril de 2014

García Márquez y el chico sonriente

Reconozco que la primera vez que intenté leer Cien años de soledad no pude. Debía andar por  los quince o dieciséis años y se me atrangantó. No era capaz de hilar  la historia y abandoné, algo insual en mí, pues me costaba mucho apartar los libros sin terminar. García Márquez quedó relegado a la estantantería de autores puestos a enfriar.

Pasaron varios años, cinco o seis, y coincidí en clase, en la Universidad, con un chico bastante atractivo que lucía una esplendida sonrisa que me cautivó. Empezamos a"tontear"- éramos del mismo barrio, Moratalaz-, y una cosa llevó a la otra y la compañía se hizo más asidua.

Un día, tomando una cerveza surgió el tema de García Márquez y de mi frustración con Cien años de soledad. El muchacho, Paco era su nombre, se extrañó, pues para él el escritor colombiano era uno de sus autores preferidos.

- Yo que tú empezaba por alguna de sus novelas cortas- me aconsejó- Si no las tienes te las dejo.

Y me prestó Crónica de una muerte anunciada, a la que siguió Ojos de perro azul y Los funerales de la mamá grande. Me fascinaron.

Entonces volví a coger Cien años de soledad y descubrí ese mundo mágico, asombroso, de Macondo y de los Buendía, que a punto estuvo de quedar ignoto para mi.

A pesar de los años pasados, siempre que ha surgido en una conversación sobre García Márquez he recordado, agradecida, el consejo de Paco, el chico de la espléndida sonrisa, con el que me casé- y sigo casada-. En nuestras estanterías, a lo largo de más de treinta años,  han ido creciendo los libros del maravilloso Gabo, junto con nuestra admiración por su grandeza y sabiduría.

Descanse en paz.

Sed felices.

lunes, 14 de abril de 2014

Hambre

En España se pasa hambre. Muchos niños españoles no comen lo suficiente. Ni más ni menos que uno de cada cuatro, un veinticinco por ciento.
Años atrás, cuando hablábamos de hambre infantil las imágenes que acudían a nuestros ojos eran las de los países del tercer mundo: Biafra, Etiopía, Somalia... Ellos siguen igual, siguen sufriendo la injusticia de una sociedad injusta, pero esa sociedad, como una mancha de cieno, ha pringado las hasta ahora sociedades del primer mundo.
En España, repito, se pasa hambre. Lo dicen las ONG's, pero lo niega el gobierno, que se agarra como una sanguijuela a unos datos macroeconómicos que no consuelan a nadie, porque no sirven al día a día, no valen para poner un vaso de leche y unas galletas en la mesa del desayuno de tantas familias que ven impotentes como la falta de trabajo o el exiguo sueldo, si es que han conseguido empleo, les impide abastecer la despensa con lo más imprescindible.
Maestros, médicos, voluntarios nos alertan de la  penosa situación por la transitan muchos de nuestros conciudadanos, mientras que el presidente de la nación, sin vergüenza ni responsabilidad ninguna, habla de finales del túnel y de que somos un ejemplo de cómo salir de la crisis.
No sé que siento más, si rabia o asco. Rabia por  la falta de humanidad de esas élites feudales que día día nos van sometiendo, castigando, a una vida que se asemeja cada vez más a la esclavitud. Asco por la hipocresía, la mentira, la poca vergüenza de quienes en vez de estar al servicio de los ciudadanos chupan de ellos como garrapatas gordas y relucientes, llenas de egoismo e insolidaridad.
Mientras, como en el cuento, miramos atrás y encontramos todavía quienes están peor. Seres humanos que se dejan la piel y la carne en muros de sangre para alcanzar un sueño que para muchos es una pesadilla.
En estos días de procesiones y actos religiosos, en donde veremos por enésima vez películas contándonos la vida de Jesús, no estaría de más recordar sus palabras:

Porque tuve hambre y me diste de comer....

Sed felices

martes, 8 de abril de 2014

Autoestima a medida.

No hay traje que peor ajuste a ciertas personas que la autoestima.

A unos les queda estrecho, como la chaquetilla de Charlot y lo mismo de raída. Les aprieta y angustia y les hace parecer pequeños a los ojos de los demas, o tal vez solo a los suyos, que hay  para todos. Los que la portan tienden a compararse a todas horas e, indefectiblemente, salen siempre mal parados, porque no se dan cuenta que una cosa es admirar a alguien y tomar sus virtudes y valores como bienes apreciables y otra cosa es ser igual al ser admirado, lo que solamente se podría tras un bebedizo de clonación, con la pertinente pérdida de identidad y la desaparición de uno mismo. No hay nada que les importe más que la opinión ajena.

En  el otro lado tenemos  a aquellos que lucen la autoestima subida en tacones, con una capa flotantede gasa y encajes, a veces demasiado recargada de lazos y puntillas. Esta autoestima suele evitar las opiniones de los demás porque no le hacen falta: ellos solos se bastan, aunque no tengan abuela, que para eso tienen espejos. No siempre triunfan en su empeño, pero cuando esto sucede la culpa siempre, siempre es de los demás. El pueblo, en su sabiduría, ha acuñado una expresión para designarlos: ir sobraos.

En fin, que como dije al comienzo de este post no es fácil que en la  medida de la
autoestima ni falte ni sobre, sino que se adapte a aquello que se le demanda: apreciarnos lo suficiente como para poder vivir satisfechos de nosotros mismos y de quienes nos acompañan.

Sed felices.