miércoles, 9 de octubre de 2013

Clavos

Ella había escrito una vez que los recuerdos se asemejaban a los clavos: cuanto más profundos están más cuesta sacarlos. Y lo había hecho porque lo conocía en su propia carne. Peleaba desde hacía tiempo por extraer de su memoria recuerdos que, aunque al principio le parecieron gozosos, se fueron transformando en dolorosos, en una metamorfosis semejante a los misterios del rosario.

Eran recuerdos descoloridos, sin sonido ya, como esas películas mudas en que las escenas se aceleran y van hacia atrás y hacia adelante a mayor velocidad de lo habitual. Y, sobre todo, dolían, porque le traían ecos de quien había roto las reglas del juego y dejado a un lado lo que ella más apreciaba: la lealtad.

Tal vez ni siquiera aquel que tanta pena había causado era consciente de ello, pero no por eso la tristeza era menos gris y polvorienta, sino peor, porque, entonces, la reveló que no era tal y como ella había pensado, tan diferente a los demás, idealizado como solo puede serlo aquel a quien se le cree reúne las virtudes que se admiran.

El tiempo, curandero a veces de tanto males, no fue buen aliado, pues dejó que se fueran borrando esas líneas de bellos colores para terminar mostrando un dibujo descarnado que la señalaba que nadie es único ni distinto.Una vez y otra, sus intentos de arrancar de raíz su recuerdo le producían tanto dolor que a veces la costaba respirar, y se ahogaba en las palabras que nunca llegó a decir.

Clavos teñidos de recuerdos...





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