lunes, 12 de marzo de 2012

De cuerpos astrales y desgracias ajenas

He leído hace poco, en esos artículos  de autoayuda que proliferan tanto y en los que te dan consejos para poder ser feliz, que un método bastante válido es el de contemplarnos en situaciones angustiosas o difíciles como si fuéramos alguien ajeno a nosotros, como si se tratara de otra persona y no pensando que es a  uno mismo a quien  le está pasando semejantes infortunios.
Puede no ser mal consejo, lo que ocurre que veo complicado ese proceso de objetivación, en el que yo pasa de sujeto a objeto, ya que se tiene que producir una  separación de mi yo y del otro "yo". Esto me lleva a recordar un libro que leí cuando era adolescente, cuando como muchos sentía una atracción importante hacia las culturas orientales. Esta obra, que supongo conocida, se llamaba El tercer ojo, cuyo protagonista, un monje budista llamado Lobsang Rampa, narraba sus experiencias y visiones, después de abrirse un tercer ojo en medio de la frente- dentera aparte- que le permitía contemplar el aura de las personas, sabiendo si estaban sanas, eran felices o no. Junto con estas experiencias, también contaba la de los viajes astrales, en la que el cuerpo espiritual se separa del físico, llegando incluso a poder contemplar este último, mientras se flota sobre él, solamente unido por el cordón de plata.
Bien, pues según veo,  años después hemos llegado aquí, en occidente, a la misma conclusión: que para ser felices, debemos abandonar de vez en cuando este cuerpo mísero y dedicarnos a contemplarnos desde fuera, en una especie de bilocación virtual, en un viaje astral, pero sin salida del cuerpo ni cordón de plata, dejando que nuestro "otro yo" sufra como un perro, mientras que nosotros nos quedamos más anchos que largos.
Quizá pueda funcionar. Los españoles siempre hemos sido mucho de contemplar las desgracias ajenas. Y si no, que se lo pregunten a Belén Esteban.

Sed felices.

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