miércoles, 17 de noviembre de 2010

Carta abierta a un maltratador

Hoy has salido de casa con la camisa planchada, porque ella ayer se ocupó de hacerlo. Llevas en el tupper la comida que anoche ella te preparó, porque tienes el colesterol alto y no te convienen los platos del día. La adrenalina te comienza a subir con el primer atasco, todos los días lo mismo, una hora para llegar a la oficina. Allí la cosa no mejora. El gilipollas de Méndez, con esos chistes que huelen a rancio, dándote la chapa en la máquina del café. Y la adrenalina sigue subiendo. Al igual que cuando te llama tu jefe y empieza a repetirte la cantinela de todos los días (putos objetivos), de que hay que vender más, y a pesar de las ganas de mandarle a tomar por..., tú te callas, y la adrenalina ya se dispara. No mejora la situación ver el culo de Nuría, la becaria que ha entrado hace dos meses y que se muestra a tus ojos como dos mitades de melocotón cada vez que se agacha en la fotocopiadora (a esa sí que me la tiraría).

A las seis vuelta a casa. Otra vez el atasco. Y por fin en casa. No te fijas en los ojos de ella, que parecen los de un cervatillo ante una manada de lobos, expectante ante tus movimientos y tus reacciones. Quizás porque sabe que pronto vendrá la primera bofetada (esa por el atasco), y la segunda (por los putos objetivos) y la tercera (por no poderme tirar a Nuria) mientrás ella levanta los brazos para protegerse como un ave herida...

Ella no entiende la presión a la que estás sometido, piensas, mientras subes a la habitación, abres el armario y eliges la camisa que te pondrás mañana, recien planchada. No, ella no entiende que eres el peor de los criminales, cobarde y frustrado, incapaz de enfrentarte a una vida que aborreces, porque eres un cobarde, el peor de los criminales.

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